lunes, 9 de abril de 2012

La misericodia de Dios es gratuita, no la merecemos.

La paradoja en ocaciones entra en la vida y te golpea con la ironía de una situación sin salida. El camino que tomes tendrá un costo inmenso y errático, como ocurre en las tragedias griegas: No puedes ganar. Sin embargo, en éstas, al igual que en la vida, lo que ocurre es producto de la hybris u orgullo del protagonista. Toda tragedia es desencadenada por causas originarias en sí mismas, en una concatenación de la famosa ley de causa-efecto, el hecho de que todo lo que siembras cosecharás. Pero en la tragedia, la hybris es castigada sin misericordia y ejemplificadoramente.
El protagonista es el primer luchador, el 'protos' o más importante agonista, luchador sufriente.
No obstante, la vida no es una tragedia griega como tampoco una comedia bizantina. Porque la famosilla ley de causa-efecto tiene una ley superior a la que subordinarse, que es la ley de la misericordia. El que siembra misericordia, recoge la misma, seguiríamos. Sin embargo, existe la misericordia gratuita de la Gracia de Dios, a la que podemos invocar y acogernos como lo hizo el ciego Bartimeo en Jericó. Misericordia que no es producto de ser perdonados conforme nosotros mismos perdonamos, ser amados en la misma medida que amamos. Es un amor inconmensurable y no retribuible en su inmensidad, pues es inmerecido, solo buscado y pedido con las entrañas y a gritos. Aquel que se acoge a la Divina Misericordia del Corazón de Jesús nunca será defraudado sino llenado hasta más allá del colmo de la medida. El único requisito es un corazón contrito y humillado. Una conversión verdadera y profunda.
No existe límite a la Misericordia Divina, no existe límite al amor de Jesús. Su misericordia no es merecida sino gratuita para los que se acogen a ella con un corazón sincero.
No importa la situación en que estés, "gime como pobre delante de Dios y él no dejará que tus gritos caigan en el vacío", dijo el Padre Pío.

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