domingo, 22 de enero de 2012

Pensamientos de Paramahamsa Yogananda

El ser humano siembra un pensamiento y recoge una acción.
Siembra una acción y recoge un hábito.
Siembra un hábito y recoge un carácter.
Siembra un carácter y recoge un destino.

Recuerda que recogeremos, infalublemente, aquello que hemos sembrado.
Si estamos sufriendo, es porque recogemos los frutos amargos de los errores que hemos sembrado en el pasado.

¿Es acaso un diamante menos valioso por hallarse cubierto de lodo?
Dios ve la inmutable belleza de nuestra alma;
El sabe que no somos nuestros errores.

Pero no olvides que la solución de nuestros problemas está dentro de nosotros mismos,
el templo de Dios está dentro de tu alma.
Penetra en esa quietud y permanece allí en meditación, con la luz de la intuición brillando sobre el altar.
En ese lugar sagrado no hay intranquilidad, ni búsqueda ni esfuerzo alguno. Sumérgete en el silencio de la soledad.
Ya sea que estés sufriendo en la vida, o gozando en la opulencia y el poder, tu conciencia debe permanecer inmutable.
Si eres capaz de lograr la ecuanimidad, nada podrá herirte jamás. Las vidas de todos los grandes maestros nos muestran que ellos alcanzaron este bendito estado.
Pero si decides ser feliz, no habrá nadie en la tierra que pueda arrebartarte esa felicidad. La felicidad es una elección.

Todo ser humano debe realizar un cambio en su vida si desea vivir en un mundo pacífico, y éste no alcanzará la paz, a menos que tú mismo comiences a empeñarte en establecerla.
Si la pobreza material debe ser evitada, la pobreza espiritual debe ser aborrecida.
La pobreza espiritual, y no la falta material, es la causa profunda del sufrimiento humano.

Tu problema al meditar consiste en que no perseveras lo suficiente como para obtener resultados y, por eso, nunca llegas a conocer el poder de una mente concentrada.
Si dejas que el agua fangosa repose durante un tiempo prolongado, el lodo se depositará en el fondo y el agua quedará clara.
En la meditación, cuando empiece a asentarse el fango de tus pensamientos inquietos, el poder de Dios comenzará a reflejarse en las aguas claras de tu conciencia.

Las aguas de la gracia divina no pueden juntarse en las cumbres de las montañas del orgullo, pero fluyen fácilmente hacia los valles de la humildad.

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